La formación del analista, una respuesta posible


La formación del analista, una respuesta posible

Por Adriana Gómez


¿Cómo se inserta el psicoanálisis en la salud pública?
  • La pregunta pone en juego el encuentro de dos ámbitos entre los cuales hay divergencias políticas y conceptuales.
  • La respuesta se orientará hacia la posibilidad de pensarlos juntos, no de borrar las diferencias / oposiciones, pero coexistiendo.
“Psicoanálisis y salud pública” el título del módulo de investigación en el cual se enmarca este trabajo, reúne dos componentes a los cuales en una primera mirada es difícil pensarlos juntos. Si se toma palabra por palabra tenemos: Salud: según la OMS, un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Se podría decir que hablar de salud ya es una postura, una posición política frente al sujeto. Posición que se opone conceptualmente al psicoanálisis, ya que este bienestar físico, mental y social no admitiría la concepción del síntoma como una solución, una satisfacción, una producción del sujeto. Además, con “Psicopatología de la vida cotidiana” Freud fue dejando a un lado la idea de completo bienestar.

Hablar de salud y además “pública” es plantear con mayor precisión la controversia en cuanto a la política. En primer término implica la intervención del estado con la noción de derecho igual para todos y ante el cual todos somos iguales (con lo cual se anula lo singular), incluyendo además factores como la gratuidad, o instituciones en las cuales la entrevista con el analista es impuesta desde los sistemas llamados de “atención integral”. ¿Cómo se podría entonces incluir el psicoanálisis con su propia política en cuanto al dinero y el tiempo; en cuanto al sujeto, el deseo y el goce, es decir lo singular? Más bien psicoanálisis y salud pública parecen excluirse mutuamente. Tomaré una vía que, creo, permitirá salir de este punto de estancamiento.

En “Psicoanálisis y salud mental” Eric Laurent pregunta: ¿Qué formación debería tener un psicoanalista para entrar en el ámbito de la salud? Y responde con la siguiente afirmación: “Se necesita la misma formación que para ejercer la cura psicoanalítica misma. Ya conocemos las palabras de Jacques Lacan No hay formación del analista, hay solo formaciones del inconciente. Hoy mas que nunca deberemos apreciar el alcance de esta frase, cuando múltiples poderes desearían legislar en lugar de las sociedades psicoanalíticas, y cuando la multiplicación de las fuentes de legitimación institucionales (desde la universidades hasta las instituciones asistenciales) conduce a la autorización salvaje”. Tomo, entonces la cuestión de la formación del analista para luego poder pensar al psicoanálisis en o con la salud pública.

La formación a la cual se refiere Laurent, es, en primer término, opuesta a la “autorización salvaje”, denominación con la cual se refiere a la autorización impartida por ejemplo, desde las universidades. Germán García señala en su artículo “La invención del analista o la suspensión del buen gusto” que Freud al fundar la Asociación Psicoanalítica internacional, realiza una operación por medio de la cual sustrae la formación de analistas de las facultades. Propone entonces un instituto de estudios teóricos sobre psicoanálisis, y que el analista en formación acompañe esta formación teórica con la práctica clínica en consultorios centros de internación y con el contacto con miembros más antiguos de la asociación, explicando que, la técnica psicoanalítica, como otras, se aprende con quienes ya la dominan. Entonces ¿debe el psicoanálisis enseñarse en la universidad? Aclara que con la creación de una cátedra de psicoanálisis, la universidad debería aceptar que en última instancia, el psicoanálisis constituye el término y culminación de toda psicoterapia, aceptar también que psiquiatría no es psicoanálisis sino más bien, la resolución de las limitaciones de ésta.

Con todo esto, Freud no se opone a la enseñanza del psicoanálisis en las universidades sino a que esta enseñanza sea entendida como una autorización a practicar el psicoanálisis.

Pero la cuestión de la autorización salvaje no aparece ahora cuando el psicoanálisis ya esta en los planes de estudio de las universidades. En su artículo “Sobre el Psicoanálisis silvestre -1910-", Freud plantea su preocupación sobre los efectos que puede tener sobre el psicoanálisis, el hecho de que alguien sin
una formación psicoanalítica adecuada se nombre analista : “En la primavera de 1910 fundamos una Asociación Psicoanalítica Internacional, cuyos miembros se dan a conocer mediante la publicación de sus nombres a fin de poder declinar toda responsabilidad por los actos de quienes no pertenecen a ella y llaman «psicoanálisis» a su proceder médico. En verdad, tales analistas silvestres dañan más a la causa que a los enfermos mismos.” E aquí la preocupación de Freud por el futuro del psicoanálisis.

Que también se expresa en “Pueden los legos ejercer el análisis” donde dice: "solo quiero estar seguro de que no dejarán que la terapéutica mate a la ciencia psicoanalítica.” Pero sin embargo aparecieron signos del avance de la terapéutica por sobre el psicoanálisis. Laurent ubica una consecuencia de esta autorización silvestre en las prácticas asociadas al sistema público “el sistema, dice, se deja ir cada vez más por la pendiente terapéutica. La ideología del terapeuta se revela en: pensar que lo individual no es lo colectivo, pensar que el individuo no es lo social y otras concepciones derivadas en un atomismo que se niega a que el otro, el vínculo social, la identificación, está primero.” Y creo que ese avance de lo terapéutico por sobre la teoría psicoanalítica podemos verla en la aparición e instalación de diversas psicoterapias.

G García en “La invención del analista o la suspensión del buen gusto”; pone de relieve que la invención de Freud es la del analista. También inventa una regla; dice García, “que suspende el buen gusto (asociación libre) y por otra parte introduce una doble restricción para el analista: neutralización de sus pensamientos y exclusión del contacto sexual. En la medida de lo posible, dice Freud, la cura analítica debe ejecutarse en un estado de privación -de abstinencia-. Explica también que la actividad del analista es hacer conciente lo reprimido y poner en descubierto las resistencias. Por cierto que en ello somos bastante activos (nuevos caminos de la terapia psicoanalítica 1917). Dice esto a modo de respuesta contra la técnica activa elaborada por Sandor Ferenczi, según la cual el analista no solo interviene con interpretaciones, sino también formulando órdenes, y prohibiciones referentes a comportamientos del paciente tanto durante la cura como fuera de ella.

La formulación de Laurent que cite al inicio, sobre la formación que se requiere de un psicoanalista en el ámbito de la salud pública plantea también lo siguiente, citando a Lacan, : “No hay formación del analista, hay sólo formaciones del inconciente”

Leyendo el Seminario 11 (los conceptos fundamentales del psicoanálisis), se puede entender que el concepto de inconciente no puede separarse de la presencia del analista, y que a su vez la presencia del analista es una manifestación del inconciente. El campo del inconciente es un campo que tiende a perderse. Esta afirmación es acorde a la concepción de un inconciente que realiza un movimiento de apertura (aparición – manifestación del inconciente) y de cierre (pérdida). Allí, en el cierre, el psicoanalista, es testigo de esa pérdida. El único medio para que se entreabra una vez cerrado es llamar desde el interior. Y es el analista quien pide, desde adentro, que vuelva a abrirse mediante la interpretación. Es decir que el analista interpreta porque es parte del inconciente. “Los psicoanalistas -dice Lacan en Posición del inconciente- forman parte del concepto de inconciente, puesto que constituyen aquello a lo que éste se dirige.” “La interpretación del analista recubre el hecho de que ya el inconciente en sus formaciones procede mediante la interpretación. Esto califica al campo del inconciente a tomar asiento, digamos, en el lugar del analista, entendámoslo literalmente: en su sillón.”

Para Laurent la concepción lacaniana del analista es que el analista debe acostumbrarse a las formaciones de su propio inconciente, es decir debe analizarse; y que, como se dijo recién, el analista forma parte del inconciente y debe darse cuenta de ello. Debe también, plantearse la necesidad de las supervisiones, de saber utilizar el diagnóstico como orientación y adaptar la cura al caso. Además de responder por la ética del acto analítico, por su lugar en las instituciones.

La otra vía por la cual se podría estudiar al psicoanálisis en el campo de la salud pública es el de la interdisciplinas, o los tratamientos combinados. En este estado de investigación solamente abriré esta vía hacia un próximo estudio, con otro párrafo del libro “Psicoanálisis y salud mental” de Eric Laurent:

“El psicoanálisis está incluido en el mapa de la salud mental, con los tratamientos combinados, muy propios de la complejidad moderna de nuestra época. Vemos que el psicoanálisis tiene un lugar siempre que hay un imposible de tratar. Freud decía que educar y gobernar son tareas imposibles, y el gobierno de la curación lo es aún más.” Esta última afirmación de Laurent es coincidente con lo que sostenía al iniciar el trabajo sobre la imposibilidad de la salud tal como la concibe la OMS. Lo que Laurent dice es que la curación ya es un imposible, por lo tanto gobernar la curación (o sea curar) sería querer controlar un imposible con otro imposible.

La pregunta inicial, disparadora de este trabajo, fue sobre el modo de inserción del psicoanalista en el ámbito público. La respuesta en este momento del recorrido que estoy realizando, tal como lo indica el título del trabajo es que la formación debe estar siempre en el horizonte del analista, formación que, siendo externa a lo público, le permitirá situarse con la política y la clínica psicoanalítica en éste ámbito ajeno a él, introducirse pero no perderse en los lineamientos impuestos desde la salud.

Es decir cumplir ciertos requisitos planteados por el sistema, que hacen a la política de la salud pública;(como ser asistir a reuniones interdisciplinarias, un manejo particular del costo de la sesión, o completar historias clínicas), a donde llego con este recorrido es que el analista puede encontrar su lugar cumpliendo con estas condiciones, pero sosteniendo la posición política y ética que le son propias. Hacer esta maniobra será posible siempre y cuando la actividad este sostenida desde su formación.

La formación del analista es para mí una respuesta al interrogante sobre la inserción del psicoanalista en la salud, no porque este vaya a formarse en el ámbito público, sino porque es a través de su formación, que puede insertarse sin fusionarse con el sistema, o sea manteniendo su posición.

Cito un párrafo del artículo “Dialéctica del perjudicado y el prestador” de Enrique Acuña, que define esta situación: “hay analistas en los dispositivos de salud pública y otra cosa son los analistas en los dispositivos de atención analítica. Es prestar al malentendido de que uno es un prestador de la asistencia de la salud cuando en verdad solo se es una presencia en el entre dos. Un corte que es la función del deseo como singularidad”.