Resonancia y Silencio. Arquitectura cavernosa de los huecos y sus ecos.


Resonancia y Silencio. Arquitectura cavernosa de los huecos y sus ecos.

Osvaldo Gómez Lez 

El libro Resonancia y Silencio. Psicoanálisis y otras poéticas de Enrique Acuña revela años de enseñanza y sobre todo de aprendizaje de una disciplina arraigada en los pliegues de la cultura argentina. Los relatos, las anécdotas, las diversas lecturas y autores matizan otros tantos aspectos enfocados por la experiencia de la escucha analítica y su decantación en la galería de los saberes expuestos desde el hueco de lo no-sabido. Un libro entonces se vuelve un acontecimiento, una apuesta y una promesa, quizás, no por reducir la ignorancia ni aumentar la erudición, sino en tanto recordatorio audaz de los límites del sentido y del sonido. No otra cosa nos propone Enrique en su pendular entre resonancia y silencio. Libro (reverberación de sonidos, interrupción, silencio).

Acuña elige el canto, el himno y la poesía como los lenguajes más afines al psicoanálisis, la prosa no hace más que disimularlo. El título lo delata y el autor agrega que esconde allí el término “reson” que el mallarmeano Francis Ponge inventa, dice, para revelar la trabazón existente entre razón y resonancia. La sucesión de las palabras se decantan, frenan, estancan, circulan, irrumpen y caen en cascada como el agua de una elaborada fuente. Tampoco están ajenas en su obra la musicalidad del sonido, ni la serie de metáforas sonoras cuyas tonalidades y variaciones hacen al conjunto, un gran concierto. “Polifonía” y “magma”, diría el filósofo y psicoanalista Cornelius Castoriadis.

Así, las palabras al ser dichas van haciendo su camino en el otro a través de la escucha, la escritura y la lectura, dejando en cada recoveco la fugacidad de una huella, un resto. Revela una razón, una lógica que aparece en la palabra y que es enigmática, porque es la apertura misma entre saber y verdad, diferencia que permite el discurrir de la palabra que nunca encontrará su plenitud y que por ello se convierte en causa.

Cierto guiño irónico atraviesa el texto cuando a la rigidez de los enunciados científicos y conceptuales contrapone el desenfado del oxímoron y la paradoja, de un modo elegante y pretendido, privilegiando siempre la belleza y la precisión del estilo. Pero tampoco se aliena totalmente al sí de la poesía, como lo indica en el Prefacio, sino que se separa dejando un campo de intersección común con la epísteme.

En dicho prefacio leemos la arquitectura cavernosa del hueco y sus ecos: 


“(…), habría que trazar un eje que va del silencio a la palabra. Un vector dirigido desde un extremo, como grado cero de lo indecible, a otro, donde se ubica lo dicho. Por otro lado está lo no dicho como prohibido, pasando por lo abyecto y el secreto. Estas modalidades de la palabra conducen a que un secreto puede ser guardado, y es eso lo que se confiesa. Finalmente, queda lo perdido, que sitúa el lugar de lo reprimido, capaz de retornar en el enunciado.

“Entonces, reformulamos la pregunta: ¿A qué nueva ética, que no sea del prejuicio principista, es decir, a qué política del deseo debe atender quien bordea ese saber? Esa política depende de la carencia que se logra por atravesar una experiencia inédita que va desde un inicio, donde hay un sujeto que supone saber, hasta un final, donde hay un cuerpo dicente en lugar de un inconsciente intérprete. En sus pliegues se escucha ese silencioso sonido solitario”.


Obtenemos así este hueco lleno de ecos, de revelaciones psicoanalíticas, de hiancias que abre a la pregunta desde la clínica y la política hasta los nudos hystóricos (con y griega, sí así lo escribe Acuña) que lo jalonan. He aquí el detalle: en el capítulo “Declinaciones de un sobreviviente. Psicoanálisis frente a la dictadura” sostiene la ambivalencia borgiana del traidor y el héroe, allí donde al parecer el psicoanálisis lacaniano saldría indemne a las garras de la dictadura. Desmiente entonces que Freud, Klein, Lacan y sus seguidores avalaran tal atrocidad. En el mismo lugar donde la historia deja su huella, la lectura acuniana anuncia a su actor principal: el psicoanálisis personificado, sobreviviente a la dictadura argentina (sobrevivencia aún más silenciosa en la dictadura paraguaya), paradójicamente en un exilio interno. Sobreviviente audaz, vacilante pero intuitivo, capaz del disfraz y del silencio, del recogimiento monástico en el consultorio y la intimidad de las cuatro paredes, que para nuestro autor, es un entre dos tan social y tan subversivo como la arenga a las muchedumbres. 

Su obra colabora en el esfuerzo de reconstrucción hystórica, sin pretensiones de exhaustividad en la nebulosa de encuentros y desencuentros, dispersiones y reagrupamientos institucionales, ignorados, tergiversados y olvidados que esperan ser relatados por los protagonistas y testigos. Colaboración entonces, ladrillo más en la tarea emprendida respecto a Szèkely, Masotta, García, Miller y otros tantos actores y precursores del psicoanálisis latinoamericano.  
Hasta aquí mi intervención. Gracias.