Pre-textos preparatorios... - "Construcción de la figura del adicto" - Por Mauricio González


Pre-textos preparatorios

Hacia el II Encuentro de Psicoanalisis con la Historia y la cultura

LOS SINTOMAS DE LA CULTURA:
Insistencia del ¿quien soy?
-consumos, adicciones, cuerpos, identidades-


Misiones, Posadas, 25 de marzo, 15 hs. (Alianza Francesa).



Siguiendo el envio de estos pre-textos que dan clima a la mesa redonda del dia 25, presentamos una colaboración de Mauricio Gonzalez -miembro de la APLP- que aborda a pleno algo de lo se trata: "consumos, adicciones, cuerpos, identidades".
Se trata de la figura del adicto en su dobre inscripción: como ser social construido por los discursos normativos de la salud y el derecho; y tambien como un nuevo "yo soy" que abrocha en un sujeto un "ser" nombrado a partir de la práctica de ese goce. Señala dos vertientes: 1) la de la significacion social -nombres del otro imaginario- que intermedia entre el sujeto y el objeto y 2) la de una personalidad , frágil pero duradera; que hace a la economia interna del sujeto y su droga que tiene en el síntoma su nombre del Otro (inconsciente). Es por esa via que se puede instalar una clinica analitica, mas allá de los nombres sociales al captar el nombre del sintoma que conmueva esa identidad en una nueva pregunta.
En este recorrido hay tambien una breve historia de las drogas (que podemos captar tanto en la literatura, como en las penitenciarias). Tal vez lo novedosos sea discutir si el uso de drogas -para cada quien diferente- lejos esta de su función creacionista y ahora desplazan la miseria neurotica en el drama social ¿es el psicoanalisis posible para invertir esa dirección?.-

E.A.



Construcción de la figura del adicto


“Oh! Justo, sutil y poderoso opio! Tú, que en el pecho del pobre
lo mismo que en el del rico, para las heridas, que jamás cicatrizan y para las angustias que hacen rebelarse al espíritu, viertes un bálsamo calmante…”

"Paraísos artificiales", Charles Baudelaire


Las adicciones a sustancias psicoactivas, llamadas genéricamente drogas, no son un fenómeno que puedan quedar al margen del contexto que las rodea; se sabe que los discursos que contemplan al consumo de drogas dan forma a su presentación.

En un artículo titulado La droga ¿tiene un pasado? Georges Vigarello muestra cómo en la Europa preindustrial todo consumo de sustancias con efectos narcóticos no poseía la significación que hoy en día se le atribuye; el consumo del opio no dejaba de estar incluido en un contexto medicinal; ya sea que se tratara de la búsqueda del placer y el bienestar, como podían ser el lograr una mejor digestión, conciliar el sueño, alejar la tristeza, el opio no dejaba de estar incluido en la categoría de los “medicamentos”. Es sólo con las descripciones devenidas en el siglo XIX, con De Quincey, por ejemplo, y sus descripciones sobre sus experiencias con el opio, más los descubrimientos de los efectos químicos y el invento de la jeringa hipodérmica que posibilitaron que los productos con efectos narcóticos comenzaran a ser drogas, tóxicos, y los consumidores, toxicómanos.

Hasta este momento, las descripciones realizadas sobre el consumo de narcóticos, no parecían promover algo nuevo, los relatos se orientaban con lo ya conocido; tanto era así, que la referencia al estado de embriaguez o el sueño, era casi una constante. Las observaciones comenzaron a centrarse en el registro de las sensaciones interiores y en la búsqueda de la ampliación de la conciencia; así, esta persecución de extrañezas interiores derivó en un cambio en el enfoque que se venía realizando sobre la ingesta de narcóticos. Comienza a pasar a un primer plano, no ya las grandes satisfacciones provistas por los productos, sino sus efectos penosos, los sufrimientos que la habituación a las drogas traía aparejado, período de “placer negativo” al decir de Gullia Sissa.

Es así que encontramos en las confesiones de De Quincey la descripción de terribles estados de angustia, dolores físicos, una cada vez mayor necesidad de ingresar el narcótico a su cuerpo, una dependencia absoluta al momento del consumo, “el tiempo se ha transformado en el tiempo de la droga” afirmaba el escritor inglés. Por su parte, William Burroughs hablaba del reloj de arena de la droga y de los días enhebrados en la aguja de la jeringa. En definitiva, no es hasta tanto se diera esta convergencia de factores que las drogas no dejaron de ser un producto más del boticario, para pasar seguidamente a ser drogas, en el sentido patológico del término; y aquel que consumiera ser considerado un toxicómano, un adicto. La intersección con el discurso hegemónico de la medicina y la norma juridica dá ahi en el blanco, obturando el agujero del inconsciente. No cambió la sustancia, tampoco sus efectos, simplemente cambió el discurso en el que estaba inserto. Si bien los productos son los mismos, la aventura no es la misma.

Es cierto también, que actualmente el recurso a las drogas no es tan romántico como antaño; el consumo ya no da lugar a la escritura, ya no está en juego la búsqueda de la ampliación de la conciencia, sino más bien es una práctica que se ha ido ligando a las, cada vez, más evidentes miserias humanas, poniendo de relieve un goce letal y mudo. Anestesiar un cuerpo que goza, pareciera ser el fin último del uso de las drogas. Allí la noción freudiana de “quitapenas” es la inmediata idea que aparece; poderosa distracción –el elemento químico- que genera la ilusión de reducir a lo biológico un malestar psíquico. O, también, la frase pronunciada en “La represión”, donde Freud afirma que el dolor es un imperativo que solo puede ser vencido por la influencia de una distracción psíquica, o por la acción de una droga.

Será siguiendo estos desarrollos freudianos sobre el dolor, que Le Poulichet planteará a la adicción como un montaje, donde el sujeto viene a realizar un tratamiento del dolor vía la automedicación, propiciando una suspensión tóxica de la angustia, el tiempo y los síntomas. La función del “soy adicto”, es aquí nodal; este sintagma permite al sujeto posicionarse como efecto de un objeto, permitiéndose así no responsabilizarse de sus actos; él es el producto de un objeto, en este caso las drogas, y la manera de elidir su responsabilidad es atribuir a la sustancia el poder casi maquinal para comandarle su vida.

¿Cuál es el sentido que encierran las drogas?. Habría que desandar el camino que lleva a un sujeto a “justificar” y “explicar” todo a partir de su adicción.

Ahora bien, si se trata de captar la angustia por el síntoma –tomando un título de Enrique Acuña- puerta de entrada a un psicoanálisis posible, ¿cómo operar frente a aquellos que en consonancia con el aserto de Freud, no quieren psicoanalizarse? ¿Cómo introducir una pregunta en aquello que es una gran solución? ¿Cómo afectarse a partir de aquello que es un fuerte anclaje del sujeto?.

En ese punto, lograr que haya una implicación diferente del sujeto en aquello que es el objeto de su goce, conmover algo de ello vía la vergüenza parece ser un camino fructífero. Esto en tanto sabemos que si hay vergüenza hay angustia, y por consiguiente posibilidad de un síntoma.-

Mauricio González